Podría ser un bello verano y dejar que los rayos del sol entren por la ventana, toquen la cama y a la vez mi espalda; podría estar enamorada del cielo y de su color azul, de sus pájaros que amaneces siempre ahí, al lado de mí. Nada, hoy nada.
Es verano, en esta ciudad siempre es verano, los rayos del sol siempre han entrado por la ventana y me han quemado la espalda, pero todo acaba cuando se pone una bolsa negra y nada vuelve a pasar a través de ella… los olores humanos de han enjaulado en la habitación con su húmedo calor y suelo espantarlos con velitas que llenan cada rincón de humo y una fragancia de dejadez; no existe la mínima intención en correr los vidrios para que el viento aseche mis cabellos, el ruido de los autos siempre está, así viva en el último piso de un rascacielos , siempre está, como si navegaran en el cielo con su malhumo, con su malbullicio, con su mal todo; no abro las ventanas y una leve capa de polvo cae sobre sus caminos corredizos.
Y yo sigo ahí, tirada con una melancolía de mierda en esa vieja cama empapada de sudor, con los ojos a medio abrir, a los pies, siempre al revés, entregada al olvido más no a la muerte, pero quién dice que el olvido no es la muerte, ni ánimos de lidiar conmigo. Pensé que en días como hoy alguna voz me salvaría o algún acordeón me haría bailar, pero nada anda, al parecer hoy nada.
Bajo la almohada guardo libros para leer al amanecer y anochecer, el turno de esta alborada es para Andrés Caicedo que al igual que yo se ahoga en la pesadez que mueve los árboles, en esta ciudad-infierno bastarda, en una Cali endemoniada por su mal calor , por su mal de gente … y esa gente, esa horrible gente que camina como si nada, las veo como hormiguitas desde el eterno último piso de este rascacielos, hormiguitas que quiero aplastar sin piedad, pero no, hoy no me da mucho mi ser soñador, hoy no me da mi ser estar bien, me niego, porque nada está bien, siempre nada ni nadie está bien.
Aun ahí, postrada, queriendo saborear el mal sabor de las palabras, preguntándome mucho, preguntándome del fin y del olvido, de mi constante llanto porque ya nadie sabe, ni fu ni fa, ya han desechado el mal estar, al sentir, al viento y a sus ramas, no está mal si deseo echarle mi día al diablo y esconderme bajo las mantas, puesto que el mundo entero va tras mi gritando que mi amargura está mal, pero no, no está mal, nunca está mal sentir y menos si se trata del sentir al mal estar porque ya nadie se ocupa de ello . Y ya estando bajo el calor del infierno de mi respiración cierro los ojos, me veo y no sé en qué momento me convertí en esto, en un pedazo de carne de nada, que llora al vacío de las palabras que van al aire, un pedazo de carne que se evapora ante la víspera, la víspera que hace ya un año de un día de su desaparición, que se evapora ante el recuerdo de las sonrisas.
Ya cualquiera siempre sabe nada
Ya cualquiera siempre siente nada
Ya cualquiera siempre recuerda nada
Quién dijo que el olvido no era la muerte